domingo, 3 de mayo de 2015

LA NUEVA RACIONALIDAD EN EL RENACIMIENTO


El periodo del renacimiento, como su nombre lo indica, fue un periodo de experimentación, innovación y exploración en todas las artes, ciencias y disciplinas. Hasta el momento el conocimiento teórico y práctico de la música, había sido transmitido herméticamente de modo que solo los maestros tenían acceso a ella.

El sistema musical estaba estructurado en el sistema de Guido D’Arezzo conocido como el hexacordo y hasta ese momento nadie pensó en sustituirlo; sin embargo, en el año 1547 el teórico, poeta y sabio suizo Henricus Glareanus elaboró un tratado de la armonía donde proponía un sistema basado en la octava y que denominó el Dodekachordon. En este tratado Glareanus incluyó algunas composiciones suyas basadas en poesías antiguas y a una sola voz, con el fin de que sirvieran de ejemplo y de sustento para su posición teórica.
Ya en pleno Cinquecento, Gioseffo Zarlino elaboró tres tratados en los que buscaba cerrar la gran brecha entre la teoría y la práctica: Instituciones Armónicas, Demostraciones Armónicas y Suplementos Musicales.[1]


En estos tratados buscaba encontrar una racionalización de la música desde las matemáticas y no desde la metafísica como hasta ahora se había hecho. No obstante, dejó clara su posición acerca de Dios como el Gran Arquitecto del Universo y argumentó que es en el número donde Dios se basó para crear todo. “todas las cosas que creó Dios fueron ordenadas por él mediante el Número; es más: este Número fuel el principal modelo en la mente de dicho hacedor”.[2]
Es en este sentido que el propone encontrar un orden natural en la música basado en el carácter matemático de los sonidos; de esta manera volvió al sistema pitagórico inicial.


La propuesta de Zarlino tuvo unas consecuencias para la práctica musical tan grandes que ni siquiera él mismo pudo dimensionar su influencia. Esta propuesta entre otras cosas consistía en utilizar un sistema bimodal (mayor y menor) en donde se puede utilizar  los intervalos de tercera y de quinta como constitutivos del acorde perfecto. De esta manera Zarlino pudo demostrar la existencia natural del acorde perfecto mayor.

Con respecto al acorde perfecto menor, logró darle solución por la vía matemática: “por sucesivas multiplicaciones de la longitud de una cuerda en vibración, en vez de por sucesivas divisiones”.[3] Lo que realmente buscaba Zarlino era regresar a la sencillez y la claridad en un campo en el que siempre habría reinado el caos conceptual. Como resultado se dio inicio quizá por primera vez a una disertación entre los teóricos y los músicos en el marco de la cultura propia de la época.  



Otro factor comenzó además, a cobrar importancia: el receptor. En la música litúrgica Dios era el receptor de dicha música; pero dándole a los sonidos una función meramente matemática, y con el desarrollo de los estudios de la naciente armonía, es el  público el nuevo receptor. A partir de ahora la música se compondrá pensando en el destinatario quien además será el que se apropie del legado musical como algo suyo.

Para poder implementar el nuevo sistema musical, se debió  reestructurar y perfeccionar los instrumentos musicales y en particular los de teclado. La música instrumental comenzó a tener mayor importancia y por consiguiente el intérprete ganó estatus y dignidad, ya que en aquellos tiempos solo se consideraba músico verdadero al compositor y la función del intérprete era más bien degradante. El desarrollo de la técnica en la música le permitió al intérprete ocupar un lugar de importancia que antes no había podido tener.


Teniendo la música instrumental una elevada importancia, se tuvo que reconsiderar el uso de los textos. En un principio era el texto quien se sometía a la música y si se considera la gran complejidad del contrapunto en la música polifónica, resultaba bastante difícil comprender lo que se cantaba. En tal virtud, ya para finales del Cinquecento se vio la imperante necesidad de regresar a la sencillez de la melodía y de invertir el orden, poniendo la música al servicio del texto. El punto de quiebre lo dio la Reforma de Lutero que ejerció mucha presión en su afán de lograr que sus fieles entendieran lo que se cantaba; incluso abandonando el latín por el idioma vernáculo para toda las celebraciones litúrgicas.  


El mismo Lutero escribió himnos y realizó una recopilación de salmos con el fin de que los fieles pudieran aprender de manera fácil y sencilla la nueva doctrina. Sin embargo, la Iglesia católica no hizo esperar por mucho tiempo su respuesta; y para esto lanzó su Contrarreforma en donde puso por manifiesto todo su sentido político y religioso, creando una música exclusiva de la fe católica y reflejada en la cantata sacra y el oratorio.  

Por ende el debate cambio casi que totalmente su curso y ya no era un asunto de discusión con respecto a la complejidad armónica sino, con respecto a la funcionalidad moral de la música en sí. Tanto compositores como teólogos tomaron posiciones y puntos de vista al respecto de la influencia moral que la música podía ejercer en el oyente y la forma de regular el ejercicio compositivo en este sentido.

Hasta este punto pareciera irreconciliable la guerra entre los conceptos de sentido y razón. En medio del conflicto se encuentra la música, que refleja el símil entre teoría y práctica. No obstante es la posición del filósofo Gottfried Leibniz quien da una luz acerca de esa discusión ancestral y hasta cierto punto recalcitrante afirmando que: “la música es en primer lugar un percibir placentero de los sonidos”. Desde este punto de vista los argumentos moralistas se quedan sin piso y circunscribe a la música en un ámbito estético hasta el momento no considerado.

Según Leibniz, la música cuenta con una sólida estructura matemática, pero a su vez esta se dirige a los sentidos y en ningún caso tienen que contraponerse. Afirma además que la naturaleza es música y armonía y que esto se puede ver en el universo; de esta manera logró reconciliar la razón y el oído; la sensibilidad y el intelecto y la ciencia y el arte.


DAVID YARA.
      







[1] Enrico Fubini., La Estética Musical. Desde La Antiguedad Hasta El Siglo Xx.  (Salamanca. España.1997.).
[2] Ibid.
[3] Ibid.

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